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Lo que vemos por estos días, tanto en la bancada parlamentaria oficialista como en el fujimorismo y en la izquierda, es una muestra más de que seguimos en pañales en lo que a institucionalidad y fortaleza de partidos políticos se refiere. Vamos recién a un mes y medio del nuevo quinquenio y ya comienzan a surgir fisuras en agrupaciones que se formaron a la volada con fines netamente electorales y sin la visión de actuar articuladamente tras ser elegidos.

Primero fuimos testigos de los roces entre Guido Lombardi y Juan Sheput luego de la elección del defensor del Pueblo. Más tarde se vio a Marisa Glave siendo echada junto a otros del comité de gobierno del Frente Amplio por el dueño de dicha agrupación, Marco Arana, quien parece no estar dispuesto a que nadie le haga sombras en la única variante de la izquierda que cuenta con la muy preciada inscripción para participar en comicios.

Lo último ha sido lo visto en el fujimorismo, donde la legisladora Yeni Vilcatoma puso el grito en el cielo una vez que su colega de bancada Osías Ramírez presentó un proyecto “alternativo” a su propuesta de que los procuradores públicos sean nombrados por el Consejo Nacional de la Magistratura (CNM), como sucede con jueces y fiscales. La información dada por Correo el 31 de agosto trató de ser desmentida en vano desde tienda “naranja”, pues el lío ya se había armado.

Ahora el enfrentamiento ha sido con Úrsula Letona, muy cercana a Keiko Fujimori. En medio de este escenario complicado que los “naranjas” tratan de minimizar, es fácil imaginar que dentro de muy poco la exabogada del Estado dejará de ser una de “los 73”, lo que sería un golpe para el fujimorismo, teniendo en cuenta que la llegada de Vilcatoma le dio a ese grupo la imagen de honestidad y limpieza que necesitaba en una campaña llena de acusaciones.

Los líos y las fisuras no son triste patrimonio de alguna bancada de por ahí. Viene sucediendo en las principales fuerzas políticas, incluyendo al partido de gobierno y al que tiene el control del Congreso. En esta coyuntura, habría que ver si conviene una ley “antitransfuguismo” como solución a corto plazo, pues si miramos a largo aliento, lo que hace falta es tener partidos políticos sólidos y no clubes de amigos que se juntan cada cinco años en la puerta del Jurado Nacional de Elecciones.

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