Hace cien años Víctor Andrés Belaunde pronunció su famoso discurso titulado “La crisis presente”. Para Belaunde, detrás de la crisis institucional, política y económica existía una crisis moral, ética. La crisis de valores era el origen de la decadencia republicana identificada por el joven profesor Belaunde en 1914. VAB tenía razón. Toda crisis institucional tiene un trasfondo ético. La corrupción sistémica que nos afecta está relacionada con la crisis moral que atraviesa nuestro país, una crisis endémica que emerge ante la debilidad de los principios. El lema de esta crisis es “plus ultra”, más, el máximo posible. El interés personal prima sobre el ideal colectivo. El corrupto siempre quiere más. Por eso, si buscamos derrotar a la corrupción, urge ir a la raíz del problema. Esta raíz está ligada a la destrucción de los valores que nos unen como país. Cuando el interés personal prima sobre el bien común, el Estado, como afirmó San Agustín, se convierte en una banda de ladrones. El águila de Hipona estaba en lo cierto. Cuando los valores colapsan, el Derecho deviene en una mera danza de formas inocuas y el Estado se transforma en una banda de lobistas. Así, la política se pervierte hasta el punto de alejar a los mejores y convocar a los peores. La regeneración del Perú pasa por el retorno a los valores y por el llamado a la vida pública (vocatio) de los mejores. Deben liderar qui in virtute intelectiva excedunt, es decir, los que sobresalen en la virtud de la inteligencia. Una meritocracia de la virtud. El liderazgo es siempre una cuestión de autoridad. Y para lograr la autoridad, es preciso practicar la virtud, también en la vida pública. Más que un problema de reglas de juego, esta es una crisis de jugadores, de actores, de personas. Por eso, la unión eficaz de la clase dirigente y del pueblo es la base para derrotar a la corrupción.

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