Hay una fortísima corriente, principalmente en los países de Europa, donde se han presentado solicitudes de reparaciones económicas para los millones de descendientes de los esclavos africanos que en su mayoría se encuentran en América Latina. No es difícil suponer por qué Europa presenta la mayor cantidad de solicitudes. El dominio de sus pueblos por la concentración de los modos de la producción durante gran parte de la historia de la civilización occidental podría explicar la circunstancia y aunque se trata de una verdad incuestionable que ha generado una imputación sociológica por sus consecuencias al decidir los destinos de millones de africanos trasladándolos en la condición de esclavos, en Inglaterra ya han adelantado su negación al esperado resarcimiento. La esclavitud, aunque legitimada por Aristóteles para solventar el poder griego y luego romano, fue la manifestación más nefasta de la degradación del hombre por el hombre. Tuvimos que esperar la aparición del iusnaturalismo de los siglos XVII y XVIII para recién aceptar que todos los hombres somos iguales. No fue fácil asumirlo, pues el libertador San Martín estableció que los negros nacidos a partir del 28 de julio de 1821 serían libres. Los demás solo lo fueron en 1854 por obra de Ramón Castilla. Hoy aunque libres muchos siguen viviendo como esclavos o padeciendo los estragos de ese flagelo forjado en muchos siglos. Los negros -jamás digamos “los de color” que es racista- deben ser reivindicados en su dignidad. La pobreza actual de muchos es un lamentable legado del poder histórico del blanco. Con educación y sin prejuicios todo eso puede cambiar.

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