Por un lado pide concertación y convoca a un Acuerdo Nacional, por otro lado divide al país diciendo que solo los ricos marchan en las calles. Es evidente que el presidente Pedro Castillo quiere llevar el debate a un espacio donde se siente más cómodo, el del odio y la confrontación. Por ello, siente la necesidad de restablecer esa forma de acción política que polariza y fragmenta a los peruanos.
Está claro que el jefe de Estado es incapaz de forjar un Perú desarrollado y poderoso. Para eso se necesita un proyecto común, un concepto de convivencia y principalmente un respeto por el ciudadano y la libertad, algo que no se observa en este Gobierno.
Con Castillo no hay posibilidades de construir un país unido, solidario y creíble. Y menos para fortalecer las instituciones. Con demagogia y discursos descalificadores no habrá esperanzas de un Perú mejor.
Cuesta entender que el centro de la discusión promovida por el Gobierno pase por el juego de reproches y resentimientos. Así estaremos amenazados por peores frustraciones.
Ya sabemos que al presidente siempre le tocó estar en la oposición, protestando y gritando. El problema es que una vez en el poder está fracasando por la inacción, producto de su incapacidad.