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Hace casi un mes preocuparon y sorprendieron ciertas publicaciones en redes sociales en las que se revelaba que Marco Aurelio Denegri, intelectual, lingüista, sexólogo, crítico literario, conductor de La función de la palabra, “polígrafo autodidacta” como él prefiere que lo llamen profesionalmente, se encontraba internado muy enfermo en un nosocomio local y, lo peor de todo, que según estas informaciones, “no tenía dinero para pagar los gastos de la clínica”. La noticia se viralizó y se trasladó a los diarios, radio y televisión, que lamentaban la suerte del intelectual. Ante tanto drama, personas de su entorno muy cercano desmintieron esas informaciones contundentemente, e invocaron que sobre su estado se mantenga la “reserva del caso a pedido expreso de él”. Pero como por estos lares nos gusta seguir con la telenovela de cuarta, una nueva publicación, supuestamente de un médico de la clínica en la que Denegri seguía internado, volvió a encender la mecha: “No tiene esposa, hijos, nadie lo visita, los gastos no se le cobra, pero si fuera uno de Esto es guerra, todos se preocuparían por él”. Nuevamente los desmentidos. Autoridades de EsSalud informaron que Marco Aurelio ya no está en una clínica, se encuentra atendido por los mejores médicos en el Hospital Rebagliati. Todo gasto se encuentra cubierto y no necesita de colectas que se organicen a su nombre, que también sugirieron algunos. Imaginamos que a todos los que se preocupan por él los motiva la admiración de la mayoría de peruanos por lo brillante, lúcido, inteligente, erudito y polémico que es Denegri, que se merece todos los reconocimientos particulares y a nivel de gobierno, pero no nos detenemos a pensar qué es lo que realmente quiere él. Quienes lo leen, lo siguen en sus programas, conocerán que a nivel personal detesta la chabacanería, disfruta de su soledad, la eligió, ama la reserva, comulga con el buen gusto y menos, ni en sus peores pesadillas busca generar lástima. Para muestra de lo que piensa, en una de sus columnas publicada en El Comercio titulada “El infierno son los otros” cita al filósofo Jean Paul Sartre, con el que comparte que “el infierno que vive el hombre contemporáneo es por el tormento que le inflige la mirada de sus semejantes. Es la mirada ajena, esa mirada pesquisante que me descubre y revela y que me penetra; una mirada invasiva que me incomoda, disgusta y ofende; la mirada del entrometimiento, intrusa e inmiscuidiza, y no solo infernal, sino infiernizante”. Dejemos al maestro en paz, tranquilo, como él lo quiere y siempre lo quiso. Respetémoslo.