Recientemente, apenas llegado a Quito, recibí la oferta y sin pensarlo -casi por aceptación espontánea-, nos fuimos al encuentro del expresidente de Ecuador Rodrigo Borja Cevallos, en su residencia, en las afueras de la ciudad. Afable y sencillo en el trato, el propio exjefe de Estado nos abrió la puerta y al final de la tertulia nos acompañó hasta ella. En la comitiva iban los juristas Reynaldo Peters, de Bolivia, y Raúl Chanamé, de Perú, entre otros distinguidos miembros de la Federación Interamericana de Abogados. Hubo muchas preguntas sobre política internacional y todas fueron respondidas con solvencia de hombre de Estado. Llegó la mía y era inevitable preguntarle por el Perú. Reafirmó su tesis del arbitraje papal que él mismo formuló en la ONU en 1991 para el arreglo del problema demarcatorio con Perú. En este tema, su posición siempre fue intermedia, pues no tuvo el extremismo de Velasco Ibarra, que en 1960 declaró nulo el Protocolo de Río de Janeiro de 1942, pero tampoco llegó a reconocer expresamente su vigencia ni llamó a los garantes por su nombre, como sí hizo su sucesor, Sixto Durán Ballén.

Borja sí creyó en la paz y por eso planteó una solución pacífica, lo que ningún presidente ecuatoriano había hecho antes. Marcó distancia con el asunto de Tiwinza -tema complejo para algunos en Ecuador- recordándome que había invitado a Fujimori a Quito para allanar el camino de su planteamiento. Quiso lograr la paz, pero “el tiempo me ganó la mano” había dicho, siempre refiriendo que a menos de un año de su propuesta concluía su mandato. Trabaja intensamente en su biblioteca más páginas para su Enciclopedia. Camino a los 80 años, muestra lucidez impresionante. Lo más importante: reconoce la paz que logramos y la integración que vivimos los dos países. 

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