Mañana, lunes 27 de setiembre, se cumplen 361 años de la muerte de San Vicente de Paúl (Francia, 1581-1660), el santo de la caridad por antonomasia en la historia de la Iglesia Católica. La Congregación de la Misión de Padres Vicentinos que fundara en 1617 -hace 4 años celebró sus 400 años de existencia- , llevó adelante la tarea de la evangelización de los pobres y entre éstos, a los más pobres.

No existe, a mi juicio, ninguna figura de la Iglesia en sus 2000 años de existencia, que tenga mayores reportes en su tarea totalizadora por los más necesitados como la realizada por San Vicente y los sacerdotes que lo acompañaron a lo largo de su vida, siempre al servicio de los más vulnerables.

Vicente, que tuvo que lidiar con epidemias y pandemias que azotaron París y otras ciudades del mundo en que vivió, ese mismo año también fundó las Damas de la Caridad y en 1633, a las emblemáticas Hijas de la Caridad, con Santa Luisa de Marillac (1591-1660). Los vicentinos han prodigado su obra por el mundo entero. En 1858 llegaron al Perú -gobernaba el Mariscal Ramón Castilla- los tres primeros misioneros y con ellos 45 Hijas de la Caridad.

Crecieron tanto que un siglo después, en 1955 -era presidente el general Manuel A. Odría (1948-1956)- , fue creada la Provincia Peruana. Como gran parte de la acción de la Iglesia, los vicentinos han llevado su misión hacia la obra educativa, hallándose en Surquillo (Lima), Ica, Tarma y Chiclayo. Los tengo en mi retina y en mi vida desde que era monaguillo en la parroquia San Vicente de Paúl de Surquillo, donde crecí, y los vi como ahora, empeñados en la formación espiritual y humanística de los que menos tienen.

Su obra silenciosa es extraordinaria. Trabajan sin parar durante gran parte del día, como muchos otros sacerdotes y monjas, y de eso poco se sabe o poco se dice. Los vicentinos también están en los asilos y en los hospitales, como hacía su fundador, confundido entre los enfermos de París, siempre preocupados por los que menos tienen en la vida.

Presididos por el P. Francisco Domingo, CM., Superior de la Provincia Peruana, actualmente siguen la extraordinaria obra del santo francés que legó al mundo la célebre frase: “El servicio a los pobres es la medida de nuestro seguimiento a Cristo”, que siempre leía en las vigas del salón parroquial.