Ayer viernes, Estados Unidos aclaró oficialmente que el gobierno de Joe Biden está listo para trabajar con Gustavo Petro o Rodolfo Hernández. Pragmatismo total. Sin embargo, le duele en el alma lo que sucede en Ucrania y no duda en promover sanciones para los rusos, aun a costa del encarecimiento de combustibles y alimentos a escala global. Y aquí el pragmatismo de Biden simplemente desaparece. Le gana su decimonónico discurso político. Pero allá. No acá.
Es el mismo pragmatismo que va alivianando las sanciones contra Maduro y que ahora le permiten exportar alguna cuota de petróleo a Europa, mejorando su balanza comercial. Por supuesto, es el pragmatismo que, al elevar el precio del petróleo por el bloqueo contra Rusia, le está volviendo a llenar las arcas al régimen madurista y multiplicando exponencialmente sus posibilidades de financiar más gobiernos socialistas en América Latina.
Todo esto unido a que la preocupación light de la administración Biden por el mal llamado “patio trasero” de Estados Unidos, está abriendo puertas, justo ahí, cerca, a enemigos geopolíticos de ese país. Ahí están Ortega abriendo las puertas de Nicaragua a nada menos que a las fuerzas armadas rusas, o Maduro haciendo negocios con libaneses, o a los chinos haciendo crecientes negocios en Perú. Y sólo para empezar.
Crece la sensación, desde los tiempos de Obama hasta los días actuales de Biden, que a Estados Unidos le preocupa poco o nada Latinoamérica. Pero este descuido puede pagarse caro. Nunca como ahora. Si gana Petro este domingo y Lula a fines de año, prácticamente toda Latinoamérica caería bajo la órbita socialista. Si no ganan, se equilibra la balanza. Demográficamente, entre Colombia y Brasil está el 60% de Sudamérica y el 40% de toda América Latina. Pero estos números no pasan por la cabecita de Mr. Biden, acaso más entretenido en seguir peleándose con Donad Trump. Alguien debería avisarle que los problemas son otros ahora.