Uno de los discursos más conmovedores de los últimos días ha sido el de un niño en Los Olivos, Lima, exigiéndole al alcalde que ponga fin a la ola de extorsiones a los colegios. “Queremos ser médicos o profesores, queremos estudiar. Un derecho que tenemos es estudiar, queremos que usted haga algo contra las extorsiones”, dijo el escolar. Su mensaje, aunque dirigido a una autoridad local, es un grito de auxilio que también interpela al Gobierno.La desesperación de los peruanos ante la inacción de las autoridades es evidente. Solo en Lima se han reportado más de 500 casos de extorsión en colegios particulares. Muchas instituciones han optado por regresar a la virtualidad, pero ni siquiera eso las libra de las amenazas. La respuesta del Gobierno ha sido minimizar el problema. El ministro de Educación, Morgan Quero, llegó a decir que “son pocos los colegios extorsionados”, una afirmación que subestima el temor y la vulnerabilidad de los peruanos.

Pero el problema va más allá. Las extorsiones golpean a todos. Cada día, transportistas son asesinados por bandas criminales. Los artistas también han sido blanco de estos delitos. Hoy, precisamente, se han organizado para marchar hasta el Ministerio del Interior y exigir medidas concretas.

Se requiere una respuesta firme, efectiva e inmediata por parte del Estado. No se puede permitir que la extorsión siga secuestrando la educación, el trabajo y la vida misma de los ciudadanos. El clamor del niño de Los Olivos es el reflejo de un país que exige acción.

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