Por estos días mucho se habla de aplicar en el Perú lo que en El Salvador ha hecho el gobierno del presidente Nayib Bukele, que pese a muchos cuestionamientos ha logrado neutralizado a las pandillas llamadas “maras” y ha convertido a un país paria en el mundo, en un lugar seguro. Para esto, un papel fundamental ha tenido la decisión de poner disciplina y orden en los penales, algo que acá no se ha logrado en décadas, pues los centros de reclusión siguen siendo guaridas de delincuentes en actividad.
Tomemos nota, nomás, que al menos en el norte del país, la mayoría de extorsiones se cometen desde penales como El Milagro, en Trujillo, o Picsi, en Chiclayo, donde jamás se ha logrado imponer el principio de autoridad. Se han hecho esfuerzos incluso para poner bloqueadores de celulares, pero al final nada impide que los reclusos hagan lo que les dé la gana. Cada cierto tiempo hay intervenciones y requisas, pero eso no resulta suficiente para un sistema penitenciario que tendría que ser refundado.
Si alguien sueña con aplicar el “plan Bukele” tendría que demoler los actuales penales y construir unos nuevos donde sea posible mantener la disciplina, el aislamiento y el rígido control de los reclusos de alta peligrosidad que tendrían que estar bajo la vigilancia de personal debidamente capacitado y bien remunerado, que se no deje corromper con 50 o 100 soles por meter un teléfono celular al reclusorio. ¿Estamos en condiciones de hacer esto realidad?
De nada valdría reforzar a la Policía y sacarla a detener a asesinos, extorsionadores, asaltantes, raqueteros, marcas y violadores; y lograr el milagro que la Fiscalía y el Poder Judicial manden a la cárcel a los criminales como tendría que ser siempre, si al ingresar a un penal los delincuentes se van a encontrar con una realidad como la actual. Recuerdo el caso de un hampón que se daba el lujo de hacer transmisiones en vivo a través de su cuenta en Facebook, para mostrar la colección de zapatillas que tenía en su celda.
Ningún esfuerzo serio contra la violencia en las calles puede haber en el Perú, si no se mira a la realidad carcelaria plagada, en líneas generales, de corrupción, falta de control, hacinamiento y olvido de parte de sucesivos gobiernos que no la han tenido como prioridad. No todo es detener y juzgar, sino ver a dónde se va a meter a los hampones para que no sigan planeando crímenes. El trabajo es inmenso y es necesario ser realistas desde todos los sectores.