La televisión vive a un nuevo ritmo, el de los realities de competencia, el de los Mayimbús, Carlonchos, los de farándula mañana, tarde y noche, de los reventonazos y playbacks. Tiempos de hoy, inevitables, no siempre los mejores. Quizás por eso, abrumados ante la actual oferta televisiva, pasó casi desapercibida una fecha clave para la historia de la televisión peruana: los 50 años del estreno de Trampolín a la fama, que Fernando Díaz, con emotivo reportaje, nos recordó en Día D. Cinco décadas de la aparición de un programa que nació como un apéndice de otro y que luego empezó a tener vida propia gracias a la muñeca de Augusto Ferrando y su genial decisión de integrar a su familia televisiva a cuatro dispares acompañantes que de una u otra forma representaban al Perú de ese entonces. Carbajal, “Tribilín”, “la gringa” Inga y Violeta, el perfecto cuarteto para el lucimiento del “Negro”, pero con espacios para que cada uno afirmara su personalidad de la ficción, en un programa que presentaba talentos del canto, pero cuya firme intención era explotar el humor, la improvisación y esa picardía criolla que funcionó desde el primer día. Tremenda personalidad la de Ferrando, también su temperamento; quienes lo veían detrás de cámaras sabían que manejaba todo hasta con la mirada. Como todo ser humano, cometió excesos, y de ellos sus detractores se han valido para acusarlo de todo, pero al cabo del tiempo, Ferrando y su Trampolín terminaron siendo “bebés de pecho” frente a lo que hoy vemos en la televisión. Y si de algo tendría que arrepentirse el “Negro”, ya lo hizo cuando hace 20 años se despidió de la televisión con lágrimas sentidas, su guayabera más chirriante y su “un comercial y no regreso”. Hoy Trampolín sería el “neverland” de la televisión peruana, sería la televisión blanca que muchos sueñan, y lo más seguro es que tendría que ser cancelado por falta de rating, porque “Tribilín”, “La gringa” y Violeta ya no venden. Solo queda el recuerdo de Ferrando, su historia, su éxito, las risas, los sábados por la tarde y hasta la escenografía “de pulpería”, como dijo una doctora, y la sensación de que todo tiempo pasado fue mejor.