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Erasmo de Rotterdam escribió su Educación del príncipe cristiano para el futuro Emperador Carlos V, que tuvo este libro como uno de cabecera. Como señala acertadamente Pedro Jiménez Guijarro: “Erasmo no piensa en un solo lector o un pequeño círculo de preceptores, sino en infinitos preceptores de príncipes, en los propios príncipes, en los magistrados y ministros, y aun se diría que en teólogos y juristas”. La obra es un hito fundamental para comprender el arte del gobierno, pues diseñó la formación de un príncipe que debe decidir amparándose en la filosofía perenne del cristianismo. Este ideal católico sería superado por el diseño de la ciencia política basada en el pensamiento de Maquiavelo, con las consecuencias que todos podemos observar.

Para Erasmo, la salvación del Estado “es una cuestión de moral individual y de educación intelectual”. El inicio de una guerra (también una de naturaleza política) debe sopesarse cuidadosamente meditando sus episodios desde el inicio hasta la victoria final. Así, Erasmo sostuvo que “una guerra es semilla de otra, de una guerra pequeña se origina una grande, de una sola salen dos, nace como por entretenimiento y termina con graves daños y derramamiento de sangre. La epidemia bélica nacida en un lugar se propaga enseguida a los vecinos, y de ahí incluso a los más alejados”.

El príncipe cristiano debe ser consciente de que iniciada la guerra esta debe realizarse “con el mínimo perjuicio de los suyos y con el mínimo derramamiento de sangre posible y que se termine lo antes posible”. La paz, en efecto, es el resultado de la guerra.