A estas alturas de la elección presidencial, el favoritismo de Pedro Castillo es inminente. Es una verdadera tragedia que el país haya optado por este suicidio político y social con poco margen para que se produzca un viraje hacia los principios rectores del modelo como lo hizo Ollanta Humala en 2011.

En principio, no hay un compromiso para una Hoja de Ruta, no está el factor Vargas Llosa y en vez de Nadine Heredia, de claras ideas macroeconómicas -fue la que expectoró a Salomón Lerner del premierato- está el procastrista defensor de dictaduras Vladimir Cerrón. El panorama es, pues, sombrío. Las opciones de concretarse el triunfo del lápiz pasan fundamentalmente por un control exhaustivo del Congreso, una ruptura de Castillo con Cerrón (y su cuota en la bancada) y que sea el equipo económico de Verónika Mendoza, liderados por Pedro Francke, el que tome el control de las decisiones, cuyas primeras medidas busquen darle algo de tranquilidad al mercado.

De otro lado, Castillo debería entender que un puñado de votos no le da el poder para hacer lo que le dé la gana: Debe respetar la voluntad de la mitad del país que no votó por una Asamblea Constituyente, la revisión de los contratos, la transgresión de los TLC y la sustitución de importaciones.

Si no entiende esto e insiste con el comunismo desfasado y sus propuestas retrógradas, quienes han votado por él, todos y cada uno, que asuman su responsabilidad y acepten que han llevado al Perú al abismo. En ese grupo, merecen especial atención los limeños que priorizaron sus odios y animadversiones, que no les importó el entorno terrorista de Perú Libre ni la presencia de un corrupto como Cerrón. Se nos vienen tiempos de incertidumbre y tensión social, de retrocesos y pobreza, salvo que el milagro se produzca, algo que, según algunos entendidos, aún es posible.