Taiwán acaba de elegir a su primera presidenta. La profesora universitaria Tsai Ying-wen se ha encumbrado tirándose abajo al gobierno prochino de Ma Ying-jeou que en los últimos tiempos estaba llevando al país a una sostenida crisis económica devenida por su preferencia a un puñado sector adicto a Pekín, así como su falta de liderazgo para superar la alta brecha de desempleo. Para nadie es un secreto las asperezas y rivalidades entre Taiwán y la China Continental y este será uno de los mayores retos que deberá afrontar la fémina que llega al poder en el contexto de una sociedad históricamente patriarcal y hasta machista. El asunto pasa por la reticencia de Pekín de reconocer la independencia de Taiwán o si prefiere la incólume posición de Taipéi de no reconocer que la China continental y Taiwán, la China insular, son dos partes de un solo pueblo chino. En el frente interno, Tsai ha superado sus propias expectativas al obtener una holgada mayoría en el parlamento con 68 de los 113 escaños, postergando a los nacionalistas que han entrado en franco proceso de capa caída en esta nueva etapa política en la isla de 23 millones de habitantes. Es verdad que las dos Chinas han tenido un importante acercamiento en los últimos años, pero ello se debió en gran parte a la afinidad entre el gobierno saliente de Taipéi y el de Pekín. Ahora el escenario podría ser diferente para la ex Formosa, como se le llamaba a la isla en la época en que los nacionalistas allí se refugiaron luego de ser derrotados por los comunistas de Mao Zedong en 1949. Hasta la fecha Taiwán no es técnicamente un estado independiente, pues para China esa es una pretensión innegociable.