La muerte del terrorista Abimael Guzmán ha sido la noticia del fin de semana. Y por mucho que queramos que junto con él muera todo vestigio de lo que significó el terrorismo, la respuesta está en recordar para no repetir.

29 años después de la captura de Guzmán, la confrontación del Perú con su pasado sangriento es, todavía, un proceso en curso. Los peruanos seguimos debatiendo y discrepando respecto de aspectos centrales de los años del terrorismo, y hace falta todavía que la memoria se consolide lo suficiente para ser transmitida de generación en generación.

La muerte de Guzmán puede y debe ser un hecho que marque un hito en cómo se recuerda esa época en nuestra historia. No puede haber lugar para calificar a Abimael Guzmán como otra cosa que no sea lo que fue: un genocida. Y si bien tenemos en el gobierno a personas que minimizan lo que realmente fue Sendero, no serán ellos quienes reescriban la historia. Es la ciudadanía -mediante sus acciones- quien debe trabajar por mantener viva la historia y luchar contra el olvido. La marcha pacífica que se llevó a cabo este último domingo en la calle Tarata es un ejemplo de esto. Y así como conmemoramos a las víctimas de Tarata, tenemos que hacerlo también con las de Lucanamarca, las de Soras, y las de todos los rincones del Perú que vivieron la crueldad tan feroz del terrorismo.

Nos toca hacer memoria. Y eso va mucho más allá de saber lo que dicen los textos históricos. Tenemos que recordar para no repetir. El futuro de la memoria es tan importante como el pasado mismo.

La muerte de Guzmán debe servir no solo para cerrar un capítulo de la historia, sino para emprender un camino que lleve al Perú a enfrentarse con su pasado.