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Hace tres años el papa Francisco canonizó a la Madre Teresa de Calcuta, una de las personas más importantes y admiradas de los últimos tiempos, quien falleció en 1997. Para entonces había fundado alrededor de quinientos centros, en más de 120 países, dedicados especialmente a la atención de enfermos terminales o incurables, muchos de ellos rescatados de basurales o recogidos de las calles.

Como el papa Francisco dijo en la homilía de la canonización, la Madre Teresa fue generosa dispensadora de la misericordia divina “por medio de la acogida y la defensa de la vida humana, tanto la no nacida como la abandonada y descartada”. Para ella, “el no nacido es el más pequeño, el más débil, el más pobre”; por eso pedía a las mujeres que no recurrieran al aborto sino que, si no deseaban tener a su hijo, se lo entregaran a ella para que se encargase de cuidarlo o de proporcionarle una familia que lo hiciera.

Desde esta columna pido a Santa Teresa de Calcuta que interceda por la Iglesia en Arequipa para que tengamos siempre presente que nuestro único criterio de acción válido debe ser “el amor gratuito, libre de toda ideología y de todo vínculo y derramado sobre todos sin distinción de lengua, cultura, raza o religión”, como también dijo Francisco en su homilía.