Hace algunos meses fue detenido en el distrito de Surquillo un ciudadano libanés que sería miembro del grupo fundamentalista Hezbollah, enemigo acérrimo de Israel.

Por esa época también se discutía en el país acerca de que Perú contara alguna cuota en la recepción de los migrantes sirios en calidad de refugiados en la idea de que había que tomar con pinzas a quienes se otorgaría ese beneficio, considerando la posibilidad de que pudieran confundirse terroristas entre las familias que huyen de la barbarie del conflicto en ese país.

Para redondear mi reflexión preliminar acaban de ser detenidos en Puno dos ciudadanos jordanos buscados por la Interpol. Los episodios anteriores no deben configurar de ninguna manera la afirmación de que el terrorismo islámico ya está enquistado en nuestro país; sí, en cambio, debe ser un motivo para alertar los niveles de seguridad del Estado acerca de la posibilidad real de que pudieran hallarse en el país.

La zona sur del Perú cuenta con una importante presencia de paquistaníes musulmanes y aunque no es correcto señalar que por la importante presencia islámica debamos elevar los patrones de seguridad, lo cierto es que debe ser lo suficientemente diligente en los actos protocolizados de seguridad en cualquier circunstancia asumida como racionalmente peligrosa dado que los extremistas podrían fácilmente camuflarse entre los musulmanes -que son gente de paz y de bien- que viven en el sur del país.

El Perú debería contar con una oficina ad hoc contra el terrorismo internacional -experiencia la tenemos en el frente interno- antes de que pudiéramos ser sorprendidos, pues cualquier espacio del planeta ya es técnicamente vulnerable.

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