Tras la muerte del líder terrorista Abimael Guzmán, hacemos nuestras las frases de Víctor Caballero: “no hay nada que celebrar, tampoco lamentar”, “fue uno de los más crueles y sanguinarios líderes políticos que ha promovido y justificado el asesinato de miles de peruanos…”

El terrorismo como mecanismo para lograr objetivos políticos, es deleznable y, por supuesto, lo condenamos sin duda alguna. Nada lo justifica.

El terrorismo ha sido arma política empleada en épocas diversas. Tenemos a Sendero Luminoso eliminando líderes campesinos y políticos en el Perú; el de inspiración islamita atentando contra las Torres Gemelas, en Nueva York el 11 de setiembre del 2001; las bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki por orden del presidente de EE UU, Harry Truman; los bombardeos convencionales en Japón; las persecuciones contra judíos por parte de fascistas como Adolfo Hitler y Benito Mussolini.

La violencia de los años 80 llevó a una escalada terrorista, desde Sendero Luminoso, pasando por elementos militares e instancias del Estado y gobierno con a través de grupos paramilitares. Quienes enfrentamos el terrorismo en su momento, también sufrimos atentados como las bombas en el local de la Federación Departamental de Campesinos de Puno y el rastrillaje en las comunidades campesinas de Asillo, y se nos pretendió acusar de terroristas, por si fuera poco.

Por ello rechazamos el empleo del “terruqueo”, de la acusación fácil de “terrorista” a quienes defienden el pleno ejercicio de derechos y de ciudadanía de la población. La manipulación política y mediática debe parar.

Muerto Abimael Guzmán, esperamos poder avanzar en construir un país reconciliado, cerrar un capítulo violento y trabajar en superar formas de discriminación y racismo, hacia un país con mejores oportunidades, recordando a las víctimas del terrorismo como María Elena Moyano y cientos de dirigentes populares y campesinos. En su nombre: ¡terrorismo nunca más!