Tía jodida
Tía jodida

Decir que el Gobierno fracasó en el manejo de los conflictos sociales derivados de la actividad minera es una verdad de Perogrullo: tantas veces se ha repetido la fórmula “protesta-bloqueo de carreteras-muertos-suspensión del proyecto”, que uno se pregunta si hay alguien en el Ejecutivo que se tome con seriedad esta tarea. Seguro los hay, pero quien está llamado a liderar el proceso (el Presidente de la República) no tiene hoy la más mínima idea de lo que le corresponde hacer.

¿Imponer el Estado de Derecho? ¿Exigir de las mineras un respeto efectivo al medio ambiente? ¿Derrotar políticamente a los agitadores? En Palacio ni siquiera se formulan estas simples preguntas pese a lo que ocurre en la provincia de Islay, Arequipa, con el proyecto cuprífero Tía María. Tal como sucedió en Conga, Ollanta Humala confirma su incapacidad para trazar una estrategia política y policial que ponga fin a la violencia y garantice el cumplimiento de las leyes.

De ahí que si algo nos dicen estos días de vandalismo antiminero en Arequipa, dos fallecidos entre los manifestantes y decenas de policías heridos gravemente, es que pasamos de Tía María a “Tía jodida”, y que lo más probable es que en lo que falta de esta administración -14 meses- nada de lo que esta inversión representa para el país ($1400 millones) se moverá un ápice.

¿Triunfo de los antimineros? Qué va. Es el triunfo de la improvisación, de la falta de criterio político para diseñar una estrategia y de humildad para reconocer cuánto falló el Estado -¡y la empresa, Southern!- a esas comunidades que desconfían de toda actividad extractiva. Se necesita un nuevo punto de partida que le adelante a la población los beneficios prometidos y que el canon ejecuta mal o nunca, que les otorgue estatus de socios y no solo de sede. Se requiere un nuevo pacto socio-minero garantizado por un Estado capaz de defender el medio ambiente y de combatir con severidad a los radicales. Serán retos para un nuevo Gobierno, porque este -como ocurrió con los anteriores- ya abdicó. ¿O no, comandante?

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