La lápida que Alejandro Toledo ha puesto en su biografía política, con la sucia coima que regateó a Odebrecht, permite situar hechos cruciales del 2000. Él fue siempre un mentiroso. Quien primero lo advirtió fue Montesinos, con Laura Bozzo y sus medios comprados en el SIN.

Denunciantes sin ninguna credibilidad, pues quisieron asustarnos con Toledo para blindar la corrupción de Fujimori. Fue recién en 2001, cuando Bayly lo encaró en TV, que vimos a un cínico queriendo ser presidente. Ganó porque García, quien lo enfrentó esa vez, era algo así como el anticristo.

Toledo no surgió como opositor a Fujimori, sino como el constructor del segundo piso de su gobierno. Pero vio el descontento en las calles y se trepó a la ola del 2000. La marcha de los cuatro suyos no la lideró Toledo, sino gente furiosa con una reelección autoritaria y enviciada.

Toledo solo se subió al carro, o mejor dicho, a la camioneta que lo rescató de los gases lacrimógenos que lanzó ese día la policía controlada por el régimen.

Toledo no recuperó la democracia. Fue Paniagua quien tomó las riendas del país, con Fujimori y Montesinos fugados y los corruptos queriendo sacarlo a cualquier precio. No olviden que Lúcar quiso embarrarlo en TV, pero Paniagua lo liquidó esa noche memorable de enero de 2001.

Toledo pudo seguir la línea de Paniagua, pero pactó con la corrupción. No cambió el país que dejó Fujimori. Así que no ha caído un líder, solo quien debía caer. Acompañará al que, como en el 2000, quiso emular y seguir su camino. El destino hizo su trabajo y en no mucho Toledo estará junto a Fujimori en la Diroes.

TAGS RELACIONADOS