Charles Bukowski pensaba que “cuando bebes, el mundo aún está ahí, afuera, pero en ese momento no te tiene cogido del cuello”. No sabemos si Alejandro Toledo leyó alguna vez al escritor alemán, autocalificado “El viejo indecente”, pero debería hacerlo ya mismo, porque dejó sentencias que podrían ayudarlo en estos días de resaca odebrechtchera.

“Beber es una forma de suicidio en la cual se te permite regresar a la vida y comenzar de nuevo al día siguiente. Es como matarte a ti mismo y después renacer…”. Más claro, ni el pisco.

El exmandatario, vía una lamentable involución física y moral, va perdiendo lucidez y vergüenza, y le resulta indiferente hablar tambaleante con Raúl Vargas o contestar incongruencias a El Comercio, sazonado seguramente por la noticia de que pinta como el primer “pez gordo” en caer por los millonarios sobornos de la constructora brasileña.

Y pensar que al inicio era divertido, cercano, y por eso llegó a la Presidencia. Con esa vaina del cholo progresista que lustraba zapatos y terminó en Stanford (con rubia -Eliane Karp- incluida), los Cuatro Suyos y el gracejo para hablar, acentuando la caricatura que tanto nos gusta a los peruanos, aterrizó en Palacio y con él la decepción, la informalidad, el vacilón, el chongo, el escándalo. ¿O no, “Galleta”? El calvario que hizo pasar a su hija Zaraí es imperdonable, amén de otros desvaríos que la población conoce perfectamente.

Todas las voces, incluidas las que quedan de lo que fue la pulverizada chakana, piden que Toledo venga a responder por estas graves acusaciones ante la justicia. ¿Se animará? ¿O habrá que traerlo, extraditado, como a Fujimori? Parece que la Casa de Pizarro se convertirá en un semillero de presos.

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