Estaba lleno de todos los talentos que caracterizan a los políticos ilustrados y su luminosa vida nos ha probado que es posible, bueno y deseable, alcanzar niveles sobresalientes en el servicio a un partido y en el amor al Perú. Su pasión por el aprismo, su claro ejercicio del Derecho, su apuesta vital por la democracia, todo eso convierte la figura de Javier Valle Riestra en un modelo de político partidista, siempre fiel a un programa político que para él se presentó como un sueño posible de hacer realidad.
En efecto, para Valle Riestra, eso fue el aprismo, un sueño posible, una promesa expectante de revolución nacional. Justicia social y pan con libertad se encarnaban, para él, en un partido que defendió hidalgamente hasta el final de su vida. ¡Notable ejemplo para los tránsfugas de hoy y de siempre! Esta fidelidad partidista contrasta con el saltimbanquismo que ahora nos inunda. Los grandes partidos dotados de liderazgo y doctrina generan este tipo de lealtades. Los liderazgos pequeños y los intereses personales son incapaces de generar lealtad, solo despiertan, si acaso, alianzas coyunturales, concubinatos ilegítimos, ayuntamientos contra natura condenados al fracaso porque su único objetivo es el poder por el poder.
Recuerdo al Valle Riestra brillante, al orador que en el Colegio de Abogados encandilaba con sus catilinarias temblando de gloria al pronunciar las palabras de los juristas que jamás serán olvidados. Lo recuerdo amable y sonriente, bromista y generoso, lo recuerdo en Lima y en Madrid y pienso, con orgullo, que nuestra tierra bendita es capaz de parir hombres de bronce capaces de brillar en cualquier lugar del mundo. Y pienso en Eugenio d’Ors que acertó cuando dijo: “bienaventurado aquél que ha conocido a un maestro”. El Perú entero conoció a Valle Riestra. Vivió entre nosotros un maestro de verdad.