Soy de Trujillo y sigo la noticia desde hace unos 22 años. Si todos pensaran como Paolo Guerrero sería una ciudad desolada. La extorsión es cotidiana, pero no mayoritaria. Es un delito que se consumaba de manera personalizada mediante manuscritos intimidatorios, y ya masivo, a la par de la vanguardia de los celulares.
La estrategia criminal depende de la zona. Por ejemplo, el empresario de calzado de El Porvenir, la tierra de la banda delincuencial Los Pulpos, no se salva del “chalequeo” obligatorio. Para poder producir debe pagar un cupo mensual, semanal o diario, según su nivel económico. No denuncia porque saben que la policía no soluciona el problema, sino lo empeora.
También padecen extorsión quienes se dedican al rubro de la construcción o quienes comienzan a edificar sus viviendas de material noble. En La Esperanza, cerco del grupo criminal La Jauría, no importa si eres emprendedor o no, sino que comiences a embellecer tu casa. Aquí es una tómbola, sólo paga quien más se asusta.
La extorsión en Trujillo como ciudad es diferente. Las bandas como Los Pulpos y La Jauría no tienen mapeado todo el espectro de negocios. Sin embargo, estos delincuentes se han infiltrado en la formalidad para crear empresas de vigilancia. Lavan dinero y cuentan con registro único de contribuyente. Desde esa comodidad le dan regalías a su delito.
Se entiende a Guerrero cuando rechaza jugar en la UCV de Trujillo por temor a cualquier ataque contra su vida y la de sus familiares. Pero, en vez de poner en relieve el problema para combatirlo, con sus declaraciones le ha dado poder disuasivo a los delincuentes, quienes están ganando la batalla del terror. Trujillo es territorio de sus nobles personas, no de grupos criminales.