Cualquiera podría decir que Donald Trump sí es un hombre de palabra porque cumple lo que promete. Desde que asumió la presidencia de EE.UU. está haciendo realidad todas sus promesas de campaña. Pero el destino político estadounidense no puede estar circunscrito solamente al proceso de cumplimiento de las promesas sino que dichas promesas sean realmente lo más beneficiosas para el país. Muchas de las que dijo son un despropósito pero lo más grave es nadie puede parar sus órdenes ejecutivas que constituyen una prerrogativa presidencial. La más reciente ha sido la activación formal del decreto que dispone la construcción del muro en la zona limítrofe con México. Son 3,142 km de frontera natural entre ambos países que pasa por California, Arizona, Nuevo México y Kansas. Si uno mira con objetividad el asunto del muro verá que Trump ha sido bastante mediático pues ya existen 483 km de barrera vehicular con estacas de hasta 2,5 metros de altura y 567 km de barreras peatonales, según un estupendo informe del programa A Bocajarro. El costo total del muro superaría los 10,000 millones de dólares que, según Trump, saliendo inicialmente de las arcas del tesoro estadounidense, de todas maneras lo cobrará a los mexicanos con impuestos. Por supuesto que Enrique Peña Nieto, presidente azteca, ha dicho que no lo van a pagar de ninguna forma y Trump lo ha ninguneado. El sombrío presidente mexicano no debería ni siquiera asistir a Washington por un asunto de dignidad nacional pero igual irá. Los actores de las relaciones internacionales deben mostrarse con carácter sin poner en riesgo, desde luego, los intereses nacionales. El muro será un retroceso en la relación bilateral y confirmará que a Trump poco le importa su vecino que, junto a toda América Latina, los ve como el patio trasero estadounidense.