¿TV basura? ¿Y el televidente qué?
¿TV basura? ¿Y el televidente qué?

¿A partir de qué punto la televisión se vuelve “basura” ? ¿Son más “basura” “Esto es Guerra” y “Combate” que las telenovelas que lavaron millones de cerebros, que “Trampolín a la Fama” o que los talk shows?

¿Me gustaría que fueran distintos muchos programas? Sí. ¿Deben prohibirse? No. Porque encantan a muchos que no piensan como yo. Entonces, ¿hay algún punto de referencia para habilitar una prohibición suficientemente compartido por una sociedad tan multiforme, pluricultural y anárquica como la nuestra? Quizás solo uno: pasar ciertos programas a horario adulto.

Las televisoras viven de la sintonía. Ni noticieros ni programas políticos son rentables. Sobreviven gracias a excedentes generados por los programas ligeros, lo que los cultos -que jamás han hecho televisión rentable- llaman despectivamente “basura”. ¿Acaso si proscribimos los programas de jóvenes, el público irá corriendo a sintonizar un aburrido documental “made in Perú”? ¿Será que cualquier noticiero puede soportar la primera hora de cualquier mañana o mediodía o noche sin su buena dosis de asesinatos, violaciones, accidentes, atracos y secuestros?

No me gusta que sea así. Pero me disgustan más los televidentes que hacen rentable esa situación simplemente porque consumen crecientemente una televisión más simplista. Hoy hasta “Starsky & Hutch” sería demasiado sofisticado para el televidente promedio peruano. Ya ni qué decir del “Dr. House”. Antes uno podía encontrar una inteligente serie policial a las ocho de la noche. Hoy es imposible que la gente promedio digiera algo muy distinto a “Al fondo hay sitio” o su predecesor “Mil oficios”. Y la sintonía de la gente promedio en horario estelar es la que permite vender la publicidad que “para la olla”, paga salarios y financia los pocos programas “inteligentes”.

La televisión está hecha para entretener. Si en el camino educa, mejor. Pero no le endilguemos la responsabilidad del embrutecimiento de nuestra gente. Para eso estuvo y está nuestro sistema educativo, tan presto, desde hace décadas, a fomentar la mediocridad y la cultura de lo elemental.

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