Condenable por donde se mire al atentado sufrido en la tarde del sábado en Pensilvania por el candidato republicano a la Presidencia de Estados Unidos, Donald Trump, a su vez exmandatario de dicho país, quien se salvó de milagro luego de ser atacado con un arma mientras protagonizaba un mitin de campaña con miras a las elecciones de noviembre próximo.
Quizá Trump no sea santo de la devoción de muchos. Se entiende que sus actitudes y posturas políticas puedan generar el rechazo y la animadversión de mucha gente dentro y fuera de Estados Unidos. Sin embargo, nadie en su sano juicio puede estar a favor del atentado criminal que sufrió mientras estaba al lado de sus simpatizantes y del que se salvó de milagro.
En cualquier democracia, y en un país libre y civilizado, las ideas y políticas se exponen y se debaten de forma alturada por más encontradas que sean, no a balazos, como ha pretendido el joven de 20 años que disparó contra Trump y que finalmente fue eliminado a tiros por agentes del Servicio Secreto, unidad encargada de la custodia de autoridades y dignatarios en los Estados Unidos.
Es reconfortante que Trump haya resultado casi ileso tras el ataque, salvo por un ligero roce de bala en la oreja derecha, pues eso va a permitir que siga en campaña y que si va a ser derrotado por Joe Biden u otro aspirante demócrata, sea en las urnas y no en medio de un enfrentamiento a balazos como el que vimos el sábado último.