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Queridos lectores: ha llegado el momento de decirles hasta luego.

He sido invitada a formar parte de la campaña de un joven candidato al Congreso, y he decidido aceptar porque comparto sus ideas de cambio, renovación y libertad. Esta tarea es, sin embargo, incompatible con escribir esta columna durante los meses de campaña que se aproximan.

Esta joven siempre soñó con llevar sus palabras a la práctica, y su peor temor es que se queden siendo solo eso: palabras.

Creo firmemente que los jóvenes nos debemos comprometer por forjar un nuevo Perú. Porque –francamente– estamos cansados de "por Dios y por la plata", de "un favorcito, hermanito", de "paga, carajo" y de "roba pero hace obra".

Venimos muy mal porque acá se desploman puentes que están hechos de saliva y pegados con algo parecido. Es nuestra tarea empezar a construir un puente de concreto que conecte al Perú de hoy con el Perú de nuestros sueños para que nuestros nietos puedan cruzarlo con confianza.

Quien me lee no tiene que estar de acuerdo. Lo que importa es que ha llegado el momento de los jóvenes. Este Perú necesita de gente que luche por sacarlo adelante, que esté abierta a compartir y debatir ideas con fundamentos sólidos. Gente que puede pensar como yo o que piense diferente, también; pero gente que piense.

Las viejas estructuras de manejo político del país tienen que cambiar para dar paso a nuevas fórmulas, sin corrupción, sin podredumbre, sin engaños. Y yo quiero luchar contra la futilidad que impide a nuestro país progresar a pesar de sus enormes potenciales. Porque Basadre tenía razón cuando dijo: “Problema es, en efecto y por desgracia el Perú; pero también, felizmente, posibilidad”.

Hoy yo veo esta posibilidad como un común denominador de valentía. Yo por ti, peruano, muero mil veces. Yo por ti, Perú, salto a la palestra.

Y bueno, por acá, les prometo que nos veremos pronto.