En la columna del domingo pasado recordaba que nuestro problema externo más agobiante fue la beligerante pretensión del Ecuador a ser ribereño del Amazonas. Esa reclamación, y la rivalidad con Chile, atenazaron la política exterior del Perú a lo largo de siglo y medio. Generaciones de diplomáticos y militares hemos bregado por nuestros derechos en ese conflicto inacabable, cuyo último episodio sangriento fue en el Cenepa. La estrategia del general ecuatoriano Francisco Moncayo nos atrapó en la selva fangosa e invisible de un valle donde la geografía nos condenaba casi tanto como las limitaciones de una defensa que -responsablemente- no abrió otros frentes en escenarios favorables y evitó el desastre de una guerra total.

El Gobierno me encomendó las negociaciones para superar ese predicamento y, de ser posible, lograr un compromiso que permitiera demarcar los tramos faltantes de la frontera, que Ecuador bloqueaba para obtener algún avance territorial. Nuestra desventajosa situación bélica y la simpatía internacional hacia la causa del país más débil se levantaban contra ese objetivo en las arduas conversaciones de Brasilia. Mientras tanto, la guerra destrozaba los cimientos que dejamos en Quito con el Embajador Jorge Morelli los años que trabajamos juntos (1972-1975). Durante las dictaduras militares de Velasco y Rodríguez Lara sembramos el germen que, veinte años después, alimentaría el Plan Binacional Perú-Ecuador. Paradójico, por cierto, pero fue con los militares revolucionarios que los diplomáticos pudimos crear bases de cooperación en las áreas más estratégicas de la relación bilateral.

En la retaguardia de la negociación en Brasil el punto más vulnerable era nuestra Embajada en Quito. El Encargado de Negocios que tomó el lugar que dejé como Embajador fue Vicente Rojas. La amistad actual con nuestro vecino contrasta con las penurias y la agresividad de esa época amarga -tema depresivo de mis conversaciones diarias con el jefe de la misión que recibía golpes y desplantes. Años después, me sucedió como Embajador en Ecuador, antes de ser Viceministro de Defensa del gobierno anterior y Director Ejecutivo del Plan Binacional Perú-Ecuador desde 2011.

La paz con Ecuador tuvo dos consecuencias trascendentales: nos permitió retirar la reserva al Pacto de Bogotá que nos impedía demandar a Chile en La Haya, y abrió un amplio frente para el desarrollo de nuestra Amazonía, aprovechando la sinergia entre el Plan Binacional peruano-ecuatoriano y los proyectos de la IIRSA. Cinco ejes viales y el desarrollo fronterizo integrado con Ecuador se complementarán con el Corredor multimodal Amazonas Norte (que arranca de Paita y Bayóvar) y la Hidrovía del Huallaga que, con puertos modernizados en Yurimaguas e Iquitos, implicarán un salto cualitativo de la navegación en nuestros ríos amazónicos.

La gestión del Embajador Rojas -bruscamente terminada por el Gobierno- se mide en obras y progreso. Pero su sello personal ha sido la cooperación con las comunidades nativas, a las que ha llegado sin terno ni corbata. Sumergidos como estamos en conflictos socio-ambientales, sería valioso contar con el apoyo profesional de un diplomático tan respetado por nuestros indígenas amazónicos.