Al cierre de esta columna, el presidente Pedro Castillo ofrecía un balance de su gestión al Congreso, en medio de todo tipo de rumores sobre el inesperado mensaje, ofrecido en primer término como una estrategia para perturbar la moción de vacancia finalmente admitida con 76 votos.

Constituye un claro intento de lavarse la cara, de distraer, de intentar darle a este régimen podrido por los intereses particulares y la corrupción una pátina de legitimidad. Así, la serie de acciones y medidas que leyó ayer buscan dar la impresión de una gestión que trabaja por el país, cuando está claro que todo ello es parte del teatro de operaciones, de la escenografía perfecta para medrar.

Diga lo que diga Castillo, este es un gobierno que se pudre. Por ello, la vacancia, la renuncia o la acusación constitucional siguen siendo la única salida para esta banda de sobrinos delincuenciales, de congresistas comprados, de visitas clandestinas y ministros elegidos específicamente para perpetrar el más grande hurto que haya sufrido el Estado. En ese contexto, todos los caminos conducen al Congreso.

Es necesario tejer una estrategia para salvaguardar el país de esta banda de momones, caracoles y perochenas con la destitución del gobernante más descarado que haya pasado por la Casa de Pizarro. Castillo se está aferrando al poder porque es consciente que su salida le restaría la protección constitucional que tiene ante la justicia y se iría, él y  muchos de secuaces, derechitos a la cárcel.

Las pruebas para hacerlo caer ya existen, se necesita valentía, decisión y un plan que vaya sumando los votos para vomitar a esta peste, un plan que sea inteligente, que tenga un líder y que mire al 28 de marzo como una fecha crucial para el país.