Esta semana se cumple un año del día en que el presidente Martín Vizcarra cerró el Congreso anterior aplicando la “denegación fáctica de la confianza” porque el Poder Ejecutivo buscaba cambiar las reglas de la elección de los magistrados del Tribunal Constitucional, en momentos en que el legítimo Poder Legislativo, por más impresentable que haya sido, venía eligiendo a los integrantes del máximo intérprete de la Carta Magna.

Esa acción generó uno de los días más surrealista de la política peruana de los últimos años, que incluyó el trancado de una puerta de acceso de hemiciclo para impedir el ingreso del premier Salvador del Solar, y la juramentación de Mercedes Aráoz al cargo de mandataria interina, al que renunció al día siguiente. Lo más alucinante se vio meses después, cuando los magistrados del TC que debían irse con la elección de sus sucesores a manos del Congreso fenecido, validaron la disolución.

Más tarde vino la elección de actual Congreso como producto de una medida dudosa y de una campaña de último minuto plagada de improvisación de parte de agrupaciones políticas y candidatos, y del hastío del elector. La consecuencia es el paupérrimo, pero también legítimo, Poder Legislativo que tenemos hoy, el mismo que hace pocos días casi le vuela la cabeza y manda a su casa a su padre putativo: el presidente Vizcarra.

Sin duda el mandatario es un hombre que por hoy goza de mucha suerte, pues el Congreso que tanto buscó con la ayuda de Salvador del Solar y Vicente Zeballos -hoy en su tranquilo retiro de Washington-, estuvo a punto de vacarlo y al final lo salvó no porque lo mereciera, sino porque la mayoría de bancadas entendió que era lo mejor para el país en estos momentos de tragedia y crisis, y cuando falta menos de un año para el cambio de gobierno.

El presidente Vizcarra ha tenido suerte de que el tiro no le haya salido por la culata a causa del escándalo motivado por su generosidad hacia su amigo Richard Cisneros y sus intentos por bloquear a la justicia. Se salvó de pasar a la historia por la ironía de haber sido echado del cargo por un Congreso que existió solo gracias a él, por su propia criatura. Sin embargo, ahora es la justicia penal la que tiene que actuar para que nada de esto quede impune.