En los últimos días parece que existe una obligación, casi moral, de que los ministros culpen al gobierno de Pedro Castillo de sus desdichas.Hay una especie de individualidad forzada para que cada uno tenga como consigna responsabilizar al pasado inmediato de su fracaso. Esto, más que un argumento, es un intento desesperado y vano para justificarse por lo mal que conducen el país.
Ante la incapacidad del Ejecutivo para abordar con rigor los grandes problemas de los peruanos y solucionarlos, la tendencia oportunista de tirarle dedo al de atrás, lejos de ser una respuesta clara ante la difícil situación que atraviesa el Perú, solo la agrava.
Primero fue el premier, Alberto Otárola, quien culpó a Pedro Castillo por la recesión de la Economía. La ministra de Vivienda, Construcción y Saneamiento, Hania Pérez de Cuéllar, se unió al coro al sostener que “no nos olvidemos que nos hemos librado de una dictadura con ideologías trasnochadas”. Estamos de acuerdo con que el Gobierno de Castillo ha sido uno de los peores de la historia y es indefendible, pero refugiarse en ese abismo para no hacer nada es un escándalo. Y lo peor es que una de las personas que reivindicaba esas ideologías trasnochadas era nada menos que Dina Boluarte. Lo que no debemos olvidarnos es que la presidenta fue una escudera de la gestión de Perú Libre. Ella también es responsable que en el “2021 y 2022 se haya producido la fuga de capitales más grande de la historia y los empresarios sacaron las inversiones que tenían”, unos datos que ayer reveló el presidente del Banco Central de Reserva, Juio Velarde.
“Somos peor que el cangrejo, porque el cangrejo avanza tres pasos y retrocede uno, nosotros en cambio, solo retrocedemos”, decía hace casi un siglo Federico More. Así describió a los políticos que solo se colgaban del pasado y el futuro “después vemos”.
Hoy es fundamental remontar la cuesta. El país debe someterse a una “terapia gestática” y poner toda la atención en el hoy. El pasado ya fue. Hay que tener planes para solucionar los problemas ya. No hay que alejarse de los verdaderos intereses de la ciudadanía.
Con liderazgo, objetivos claros, imaginación, transparencia y productividad podrían cambiar las cosas. Seguir en la perniciosa costumbre de echarle la culpa al otro solo traería más problemas.