Desde 1825 y con más indiferencia que adhesión los peruanos contamos con el hermoso lema “Libre y Feliz por la Unión”.

Estos días nos siguen recordando que entre nosotros los hechos niegan nuestros compromisos y promesas. La cotidianidad nos muestra un microbús que invade carriles, se estaciona donde quiere y desobedece semáforos pero exhibe en una ventana la frase “Dios es mi copiloto”. Sigue vigente el dicho de que “quien no tiene padrino no se bautiza” y muchos burócratas consideran que hacen un favor cuando atienden, pero tal vez todos admiran al coronel Bolognesi respondiendo en Arica “Tengo deberes sagrados que cumplir…”.

Es muy cierto que nuestra historia es también una vieja pugna por la justicia social donde la democracia no puede ser solo el derecho al voto. Democracia debe ser por sobre todo la garantía de la igualdad frente a los derechos sociales, en especial una educación que forme verdaderos ciudadanos –con responsabilidades y obligaciones por igual- y la garantía de la más plena libertad para que las potencialidades de individuos y colectividades se desarrollen a plenitud. Por todo y mucho más es que se requiere un Estado regulador, eficiente y honesto.

Hoy vivimos uno de los episodios más negros, solo comparable con los años aciagos del terrorismo. Quienes justifican a las masas enardecidas se enfadan por las muertes (sin duda dolorosas) pero no atinan a determinar si la agenda enarbolada -renuncia presidencial, cierre del Congreso y asamblea constituyente- justifica los procedimientos violentos, en los que la mejor victoria consiste en exhibir más cadáveres. Más que un lema, lo que tenemos es un reto.

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