Las elecciones arrojaron un resultado que es tan inesperado como poco sorpresivo. Inesperado fue el repunte de Pedro Castillo, un líder sindical sin mayor peso en la escena política nacional antes del domingo pasado. Poco sorpresivo, sin embargo, que alguien pudiera capitalizar algo del descontento de una parte de la población que no ha encontrado en el Estado al aliado para afrontar la crisis económica y la arremetida del Covid.

Es ese mismo bolsón que se volcó al Frepap en la elección congresal de 2020 y que estuvo contenida por el dique de contención que representó el fujimorismo en la década pasada. Dique que fue torpedeado por la izquierda y al que se fue sumando buena parte de la derecha en actitud suicida. Hoy podrán decir lo que quieran. Que no votan por ellos sino contra el comunismo. Que se taparán la nariz. Pero lo concreto es que ahora muchos de ellos la quieren de Presidenta a Keiko Fujimori, pues la Historia la colocó en el rol de “salvadora” incluso de sus verdugos.

Aunque posiblemente, no alcance. Castillo es favorito al inicio de esta segunda vuelta, que es una nueva elección. Ya los partidos de derecha que quedaron a centímetros de la segunda vuelta se apresuraron a brindarle apoyo si gana la elección. Varios medios de prensa lo sacan a todas horas y a toda plana para extender su exposición pública. Los gremios empresariales empiezan a hacer cola para entrevistarse con él. De las izquierdas con mayor visibilidad como las de Mendoza y Arana, a la que podemos añadir las opciones de centro izquierda como las de Guzmán y Forsyth, el apoyo estará descontado, aunque hayan hecho un papelón en esta elección.

Pero cuidado. Esta elección ha tenido 30% de ausentismo y los que votaron válidamente alcanzan apenas el 58% del total de votantes. Los cinco primeros puestos apenas si superan el 37%. Y el señor Castillo llega con las justas al 11% del total de votantes. No es un tsunami tampoco.