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El fútbol está de luto y no por obra de la muerte, sino de una decisión. Con 33 años, Andrés Iniesta ha decidido no jugar más por el Barcelona y esto constituye, prácticamente, el final de su carrera, pues ha optado por instalarse en el fútbol chino, con la intención de dedicar los últimos años de su fútbol a reforzar su patrimonio.

El luto es por la muerte de su calidad a nuestros ojos, el fin de la dicha de poder verlo en competiciones de élite y, como en toda muerte, los que sufrimos somos nosotros y no quien parte. Sin Iniesta, algo de nuestra retina generacional se mutila para siempre.

Partir a los 33 años es algo que no deja de llamar la atención, pero que, a la vez, sirve para entender la especie de jugador a la que pertenece Iniesta. Su poder mediático no tuvo la rimbombancia de muchos de los que lo acompañaron en su tiempo. Compañero de Lionel Messi, Ronaldinho Gaucho, Luis Suárez, Neymar, Zlatan Ibrahimovic y Thierry Henry; contemporáneo a Raúl González, Roberto Carlos, Ronaldo (el “Fenómeno” y CR7), Gareth Bale, David Beckham y los nombres se vuelven eternos, cada uno con una estela comercial más poderosa que la del otro. Y es en ese escenario en el que el fútbol se constituye en el más logrado de los productos comerciales en el que Iniesta destaca por ser quien es: el “Cerebro”, el hombre que dirige la orquesta en silencio, con cautela y eficacia, que nos simplifica el fútbol a tal punto que parece fácil en su infinita complejidad, ese es Iniesta, el ilusionista de lo cotidiano. Es por eso que su “retiro” a los 33, algo que sería inadmisible en los casos de Messi o Cristiano, resulta triste, injusto, pero aparece, a su vez, rodeado de sensatez, de mente fría y proyección responsable.

Aunque las lágrimas hayan surcado su rostro, Iniesta era consciente de que hacía lo que tenía que hacer porque su tiempo no iba a llegar jamás, ya que la constancia en su calidad se antojaba eterna, su regularidad era la marca de fábrica, el embajador más notable de las canteras del Barcelona. Iniesta debe partir no solo porque su calidad lo exige, sino también porque el equipo por el que lo dio todo y todo le retribuyó necesita reencontrarse, redefinirse y volver a nacer. La partida de Iniesta será un golpe difícil de asimilar para ese equipo y solo con golpes como ese es que los grandes se reinventan.

Andrés Iniesta parte en la madurez de su talento, dejándonos la miel en los labios y a sus manos pendientes de un Balón de Oro, que jamás le llegó por razones vinculada a aquello en lo que el fútbol se ha terminado convirtiendo. Su grandeza perdurará por siempre y más allá de que no se le hayan brindado los premios que mereció o las distinciones que, sobre el papel, le tocaban, él siempre lo logró todo y alcanzó la cúspide de su estela anotando el gol que su país más ha gritado en toda la historia, el que le dio la Copa del Mundo a España. Nadie más podía hacerlo.