Hoy se cumplen cuatro años de la noche de domingo en que el entonces presidente Martín Vizcarra anunció la primera cuarentena por la aparición de casos de COVID-19 en el país, lo que marcó el inicio de una de las peores tragedias que nos ha tocado vivir, pues la pandemia y su pésimo manejo nos han costado la vida de casi 230 mil peruanos que murieron, en muchos casos, porque no había una cama disponible en un hospital o clínica, o se agotó el oxígeno que algunos especuladores incluso ofrecían a mayor precio.

La pandemia afectó todos los campos: el económico, político, social y cualquier otro por donde echemos una mirada. Sin embargo, sirvió también para dejar en evidencia la debilidad de nuestro sistema de salud, que mostró la ferocidad de su histórico abandono cuando hubo momentos, a mitad del 2020 y en la llamada “segunda ola” del primer semestre del 2021, ya en el gobierno de Francisco Sagasti, en que tuvimos casi mil muertos al día, y la gente hacía cola por un balón de oxígeno.

Irónico que hasta semanas antes del estallido de la pandemia, el entonces mandatario se llenaba la boca afirmando que había inaugurado 80 hospitales a lo largo del 2019. No obstante, cuando empezó la emergencia nadie supo donde encontrar esos centros de salud, pues todos acudieron al viejo Dos de Mayo, inaugurado en 1875; o al Edgardo Rebagliati, hasta hoy el más grande del país, una creación de Manuel Odría, aunque haya abierto sus puertas en 1958, ya en el gobierno de Manuel Prado. ¿Dónde estuvo la obra nueva?

Durante y después de la pesadilla, muchos se llenaron la boca diciendo que era urgente mejorar el sistema de salud. Han pasado cuatro años desde el inicio de la pesadilla, y habría que ver si algo se ha hecho. Lo mismo dijeron muchos a fines de octubre del año pasado, cuando el congresista Hernando “Nano” Guerra García murió de un ataque al corazón en la costa de la región Arequipa, simplemente porque los centros de salud de la zona atienden solo en horario de oficina.

Sin embargo, por estos días una epidemia de dengue nos muestra, al igual que al año pasado, que seguimos en pañales, y que los más necesitados son los que afrontan las más graves consecuencias de hospitales y postas que se caen a pedazos o no cuentan con los profesionales necesarios. Sin duda en estos cuatro años no ha habido voluntad política por hacer que la salud pública en el Perú brinde un servicio de calidad y compatible con la dignidad de las personas.

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