Osos mutilados, perros dejados morir de hambre, cadáveres de tortugas que se convierten en centro de atracción. Por increíble que parezca, necesitamos una ley que nos diga que todo esto está muy mal.

Una ley para una tortuga muerta

Por: Gastón Gaviola ()

Una vez nos trajeron un pingüino a la redacción. Era diciembre de 2005 y en la patrulla de la policía estaban los chicos que lo habían recogido en la Costa Verde. Lo habían traído al canal donde en ese momento trabajaba, para armar un poco de escándalo porque ninguno de los zoológicos de la ciudad lo quiso recibir. Nos decían que la respuesta siempre era que ya tenían suficientes pingüinos y que se vayan con el animal a otra parte.

El pobre animal no tenía buen aspecto. Como al frente había una cevichería, alguien se agenció un poco de pescado crudo, pero el pinguinito devolvía todo. Posiblemente se había enredado en las redes de algún pescador y milagrosamente no murió a palos y alcanzó la orilla, donde lo rescatraron. Al final tras la protesta de rigor vía microondas, la China Marisel nos informaba que el animalito estaba sano y salvo en un nuevo albergue. Pese a los rechazos iniciales, fue un pingüino con suerte. Casi nunca es así.

Hoy volví a pensar en los animales tristes cuando me encontré con la noticia del descubrimiento de una casa en La Victoria . En realidad ya eran 11, porque tres habían muerto y sus cuerpos se podrían en el cemento de la vivienda vacía. A su alrededor, otros chuchos se enrollaban en un rincón, apenas moviéndose; indiferentes a la comida que por una ventana, mal que bien algunos vecinos lanzaban cada vez que podían.

Quienes piensen que los animales no tienen sentimientos o emociones, debieron ver hoy la cara de esos pobres sobrevivientes. Si los animales pueden estar tristes -hay gente que lo cuestiona, increíblemente-, estos perros hace mucho que pasaron la barrera de cualquier amargura. Encerrados sin tener idea de por qué, ni de a dónde se fueron sus amos. Vaya por delante que no tengo mascotas, y tampoco soy vegetariano, pero eso no deja de ser compatible con el dolor que proyectaban. A veces no necesitas gritar, ni llorar. Caminar cojo, la piel pegada a las costillas, esperando tranquilo a que todo se acabe. Para siempre.

No sé si leyeron las noticias de esta pobre oso de anteojos. En resumen, estuvo esclavizada en un circo de mala muerte -nunca mejor usado el término- donde era la atracción. Como cualquier animal salvaje, podía y de hecho era peligrosa, así que sus captores le rompieron los colmillos a martillazos y le arrancaron las uñas de las patas, a veces mutilando también los dedos. Había que estar seguro de que la bestia no fuera a hacerle daño a nadie, claro.

Una organización de defensa de los animales dio con ella y la rescató. Pesaba menos de la mitad de lo que debería y prácticamente no tenía pelo, pero se mantenía viva. La anciana osa, apenas reconocible como tal fue llevada a un santuario animal en los Estados Unidos donde empieza su lenta, dolorosa recuperación.

Lo que hicieron con ella y con los perros solo puede llamarse tortura. En qué momento se nos pudre el alma de esa manera. Cuándo empezamos a ver a otros seres vivos como objetos, es más, como objetos descartables. Si ya no me sirve, ya no me divierte, pa' la basura. Cero empatía. Cero remordimiento.

La respuesta quizá, o al menos la explicación, la pueden dar fotos como esta. La encontré en la cuenta de tuiter de France Press. La playa está en Montevideo y hay una tortuga muerta. Una de las decenas que vararon a morir en esas arenas uruguayas y que por eso salieron en las noticias. Por el polo de la tortuga estampada, asumo que quien carga el cadáver es una activista, voluntaria o algo así. Me queda la duda de si está recogiendo el cuerpo del animal, o lo está mostrando a los curiosos.

Miren esas caras. No solo los niños a quienes todo les parece fascinante, y la muerte también lo es. Todos quieren tomar la foto, algunos adultos hasta sonríen. La historia pajísima que tendrán para contar cuando regresen a casa, foto del muerto incluido. Para el feis, mira qué locazo con lo que me crucé hoy en la playa. Y la tortuga digna y muerta en primer plano. Nadie ni por asomo parece hacer el intento de explicar a los chiquillos qué pasó allí. No vayan a perder tiempo en eso y sacar una foto con el bicho muerto en un mal ángulo, y luego nadie les da like. Qué horror.

Y luego nos preguntamos por qué es necesaria una ley que castigue el maltrato animal. Somos tan torpes que no nos nace conmovernos de la desgracia ajena. Así que alguien tiene que obligarnos, como si fueramos niñitos sonrientes frente a una tortuga muerta. Fotos: Gordon Tait, Animals Defenders International, AFP