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No he visto ni en pelea de perros a Joaquín Ramírez y, como todo abogado, respeto escrupulosamente la presunción de inocencia. Sin embargo, la política tiene un lenguaje distinto al Derecho, de allí su independencia como disciplina científica, y aunque el Derecho (ciencia de hechos) consagra la presunción de inocencia, la política (arte de imágenes, ars aspergendi) se rige por el principio del mal menor.

Ramírez hace daño a la candidatura de Keiko Fujimori no porque la denuncia cargada de mierda y mala leche que los liberales de bragueta y los caviares le han lanzado sea verdad, sino porque esa denuncia fabricada para favorecer a Kuczynski ha servido para sembrar una sospecha paralizante en los indecisos. Y la duda en campaña equivale a la pérdida de votos. Si Ramírez quiere darle la vuelta a esta situación incómoda, tendría que renunciar inmediatamente, señalando que él no se va a prestar al doble juego de los que odian sin medida ni clemencia y que no servirá de instrumento de caviares y liberales de bragueta. Ramírez, demostrando grandeza y desprendimiento, tendría que sostener que él no va a ser un arma arrojadiza utilizada por los enemigos de la próxima presidenta del Perú. Además, puede y debe anunciar que ejercerá sus derechos en Perú y USA, para que los cobardes difamadores de su buen nombre paguen las consecuencias de tanta podredumbre disfrazada de periodismo imparcial. Después de todo, la política es cuestión de tiempo y oportunidad.

Los secretarios generales del César no solo tienen que serlo, también deben parecerlo. Mucho más en medio de una campaña electoral. Kuczynski está rodeado de lo queda del toledismo y de las heces del humalismo. Batirlo es posible si no te crecen los enanos. Al fin y al cabo, las guerras, las guerras sucias y las guerras justas, siempre las gana el que comprende que un ataque mal planificado es una magnífica oportunidad para iniciar una contraofensiva que liquide a tu rival.