Esta Navidad esconde que estamos cerrando un año terrible, caracterizado por crisis de inmigrantes masivos tanto a Estados Unidos como a Europa occidental, y donde reapareció incluso la frase “tercera guerra mundial”, por la escala que ha tomado el terrorismo internacional proveniente del Medio Oriente.

Occidente en posición de jaque, con liderazgos que parecieron traídos del pasado para afrontar problemas de un futuro incierto -incluyendo al presidente de Estados Unidos y al propio Papa-, se dejó estar en el escenario mundial. Escenario donde se suman al terror de los del Estado Islámico otros grupos en el África como Boko Haram, que tiene menos publicidad pero muchísimos más muertos en su haber. Quizás por eso hoy alguien como Vladímir Putin sea la referencia occidental, líder de un país que no termina de ser de Occidente, ni de ninguna otra parte.

En nuestra región, vientos tibios aparecen. No tan frescos como quisiéramos. La ilusión que despierta Macri en Argentina y su decidido enfrentamiento al ALBA, así como el triunfo de la oposición venezolana en las últimas elecciones parlamentarias, encandilan pero no definen. Pues, en paralelo, este mismo año las FARC adquirieron en la práctica la categoría de “nación beligerante”, mientras que Maduro en Venezuela se burla de su derrota electoral apropiándose de todo el Poder Judicial y dejando en claro que no habrá vía democrática por la que pueda salir del poder ni reforma posible que libere a los presos políticos. Cuba, entre tanto, ha completado un año “paseando” al gobierno de Obama y ha logrado refinanciar su revolución castrista con las inversiones estadounidenses sin ceder un milímetro en su tratamiento de los derechos humanos de los muchos encarcelados del régimen comunista de la isla. Por eso, aunque no podamos cambiar el mundo, pedimos desde aquí libertad para los presos políticos en Venezuela y Cuba en esta Navidad a medias. Que si lo piensan bien, no es mucho pedir, como están las cosas.

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