En un proceso electoral, con varios pretendientes a la Presidencia de la República, las diferentes propuestas de campaña, la empatía e identificación ciudadana con las ideas de sus candidatos para transmitir esperanza y cambio, demandan unos presupuestos necesarios para no quedarnos en una ilusión pasajera.

Deseo comenzar por la igualdad de todos ante el derecho, aplicado por los jueces en cada sentencia sin importar nacionalidad, condición social y económica; sin ella, la igualdad formal o material carece del germen necesario para realizarse en una comunidad política. Continúo con el respeto a los derechos y libertades en una democracia, que las resumo en vida, libertad, igualdad y propiedad; sin ellas es imposible realizar un Estado Constitucional de Derecho, donde la dignidad subyace a ellas porque toda forma de legislación trata y pone a la persona humana como un fin en sí misma.

Todo lo anterior constituyen las bases para implementar un Estado Social y Democrático de Derecho reconocido en el artículo 43 de la Constitución, con una economía de sólidas reglas para su cumplimiento, el imperio del Derecho, unos servicios públicos de salud y educación que sean consecuencia de una justa distribución de la riqueza y lugar de encuentro para la sociedad. Todo país democrático del primer mundo cumple con estos presupuestos.

Si sumamos nuestras tradiciones históricas y culturales, así como unas creencias fundadas bajo una concepción judeo-cristiana de la vida que brinde soluciones a los problemas que nos aquejan, son fortalezas que sirven de inspiración para la producción normativa de un conjunto de políticas públicas que promuevan el bienestar general, camino hacia una nación que estamos llamados a construir en los próximos doscientos años. Hemos crecido repitiendo los conceptos de país y Estado, sin reflexionar en cómo construir una sociedad y República como objetivo.