Dicen que una forma de locura es hacer siempre lo mismo, una y otra vez, esperando resultados distintos. Tras ver las imágenes de los huaicos en Chosica y Santa Eulalia, arrasando con casas, carros y lo que encontraran a su paso, me pregunto si no sufrimos de este tipo de enloquecimiento.

No es necesario ser vidente para saber, con suficiente certeza, en qué momento y en qué lugar va a caer un huaico en el Perú. Todos los años se presentan en las mismas zonas y en la misma temporada. Se estima que los últimos diez años han habido más de 600 huaicos que ocasionaron más de 60 muertes y dañaron unas 7 mil viviendas; sin embrago, pareciera que siempre nos agarran desprevenidos.

Es indiscutible que mucha de la responsabilidad recae sobre las personas que se ubican en zonas evidentemente peligrosas; aun así, algo que no podemos dejar de considerar es que en la gran mayoría de casos las familias más pobres terminan ubicándose en esas áreas no porque lo desean, sino porque no tienen otro lugar para vivir. De ahí que el Estado, en particular los gobiernos locales, sean los llamados a asumir esa tarea de prevención con mano firme.

Establecer zonas rígidas, prohibir la venta de terrenos donde no se puede construir y contemplar un plan para satisfacer las necesidades de vivienda popular de la capital son tres medidas que no pueden esperar más. Ya no necesitamos más sorpresas.

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