El reciente discurso de la presidenta Dina Boluarte, resaltando la relación cercana entre el Gobierno y las bancadas del Congreso, parece evidenciar una estrategia para mostrar fortaleza en la unidad entre el Ejecutivo y el Legislativo. “Este Gobierno que tiene grandes amigos en las bancadas (del Congreso)”, “Tenemos una mejor relación y por eso podemos avanzar”, fueron sus frases más eufóricas. Quizá por eso, la mandataria aprobó un crédito suplementario de 50 millones de soles a favor del Congreso, una decisión que, sin embargo, levanta serias interrogantes en un contexto de dificultades económicas para los ciudadanos peruanos.
Mientras el país enfrenta los impactos de una recesión económica, la clase política parece disfrutar de los beneficios de una alianza de poderes. Sin embargo, esta aparente armonía esconde una realidad más compleja. El Congreso, en su capacidad de actuar como contrapeso al Gobierno, ha demostrado una tendencia a desviar la atención de posibles casos de corrupción, protegiendo al Ejecutivo o incluso enrostando conspiraciones ficticias a otros.
Esta dinámica ha llevado a una crisis política, erosionando la credibilidad de las instituciones y generando una profunda desconfianza en el sistema. Es preocupante que el Ejecutivo busque en el Congreso una tabla de salvación en tiempos turbulentos, cuando debería estar enfocado en abordar los desafíos reales que enfrentamos los peruanos.