El día que el profesor Pedro Castillo jure como presidente de la República del Perú no nos perdamos ningún detalle. Si jura por Dios, la Patria y los santos Evangelios, si jura por la Constitución del Perú (¿cuál, la actual o la que quiere mandar a hacer?), si lleva sombrero, si va con traje o de paisano, si porta machete y/o látigo, etc. Para algunos quizá sean cuestiones de forma intrascendentes, aunque yo me apuntaría a jugar de oráculo en aspectos de fondo bastantes serios.

Esos gestos marcarán el divortium aquarum, lo que define si las aguas irán hacia una u otra cuenca. Se entiende por eso que muchos observadores estén atentos al papel de Vladimir Cerrón, como el equivalente al Montesinos (o Rasputín) de Fujimori, el personaje oscuro que controla el timón detrás del trono. No obstante, los peligros del proyecto no han sido ninguna novedad, están impresos en tinta, y sin ningún empacho, en el ideario del comunista procubano y prosendero.

Pero todo esto no pasa de ser una ilusión que, dudo incluso, lo suscriba en su totalidad ese 15 % que obtuvo Patria Libre en la primera vuelta. Una vez juramentado Pedro Castillo, su enemigo ya no será el fujimorismo (el 11% de la primera vuelta o el 50% de la segunda), será ese 85 % que nunca consideró un proyecto totalitario, disfrazado de nueva Constitución. En política, como en cualquier otra cosa, los problemas se resuelven uno por uno.

Se recomienda comenzar por los más difíciles. Librarse del fujimorismo, sentado en el poder, siempre habría sido más complicado porque construye una dictadura disfrazada, corrompiendo todas las instituciones de balance del poder y nos deja con una apariencia de democracia. El proyecto político de Castillo/Cerrón no podrá ser disimulado, ya fue anunciado, los mecanismos de defensa democrática podrán saltar más pronto. A los que les gustan las marchas y caravanas, guarden energía, será el segundo problema por resolver.

TAGS RELACIONADOS