Si queremos enfrentar de verdad a la criminalidad que nos golpea y va en aumento, uno de los primeros pasos debería ser aplicar una reforma a fondo y muy seria en la Policía Nacional, que tiene buenos y sacrificados elementos capaces hasta de dar la vida por los ciudadanos, pero también muchos delincuentes y sinvergüenzas, sin distinción de jerarquía, que tienen que ser echados sin posibilidad de retornar a través de los cuestionados amparos judiciales que quiebran la disciplina.
Ayer El Comercio ha publicado un informe que indica que entre los años 2018 y 2023, cada día han sido echados 11 efectivos de la PNP por faltas disciplinarias, lo que nos da una idea del gran cambio que se tiene que dar para que en la institución estén solo los mejores, y no los coimeros, “arregladores”, apretadores, ladrones, extorsionadores y hasta asaltantes que son descubiertos cada cierto tiempo con las manos en la masa. ¿Cuántos de estos están infiltrados en las diferentes unidades policiales?
Sin ir muy lejos, hace poco se ha sabido del arresto de un grupo de malos agentes al mando de una capitán, acusados de robar un lingote de oro que había sido incautado irregularmente, y que con premeditación y alevosía cambiaron por uno de cobre que no valía nada. Fue una grotesca e indignante falsificación que solo salió a la luz pública porque la denunció un programa dominical. Esto sucedió nada menos que en la gran sede policial de la avenida España.
No podemos plantear una lucha seria contra la criminalidad si la PNP, que debería ser el puntal para hacer frente al delito, es parte del problema porque los procesos de selección son deficientes o porque una vez adentro los agentes se corrompen. Ojo, el problema no solo son los malos suboficiales que cobran coimas en las esquinas o los comandantes que piden a los choferes de combis piratas que hagan “bolsas” para dejarlos circular. Hace poco hemos tenido coroneles que pagaron fajos de dólares para ascender al grado de general.
Desde este espacio un saludo y agradecimiento a los buenos agentes de la Policía Nacional, pero también mi deseo de que algún día un gobierno tenga los pantalones como para hacer una limpieza a fondo a fin de sacar a todos los hampones de uniforme. Solo a partir de ese momento habrá una lucha frontal contra la criminalidad, la presencia de un policía no será motivo de temor ni desconfianza para el ciudadano y, por fin, podrán desterrarse esas infames y desdichadas frases que dicen “¿cómo es?” o “déjese para la gaseosita”.