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Escribo esta columna en momentos en que el Congreso delibera sobre la admisión del pedido de vacancia presidencial del presidente Kuczynski. El devenir de los hechos hizo irrumpir este escenario que no previmos para finalizar este año. Hechos acelerados por la torpe reacción presidencial, que tuvo como corolario un mensaje televisivo desafiante lejano del mea culpa, ante la incómoda presencia de sus propios ministros.

El Presidente insiste así en llevar todo por el lado difícil y prescindir del puente de plata de la renuncia, para someterse al tránsito del Gólgota de la vacancia. Es su derecho si siente que puede levantar los cargos. En ese caso, saldrá fortalecido y nadie lo va a tocar. Ojalá así sea. Pero el solo proceso es, para algunos, un drama nacional. Por eso no se le aplicó a Ollanta Humala, por ejemplo, haciendo que culminara cinco años de desgobierno en medio del desmadre que él y su cónyuge hacían con el país a vista y paciencia de todos. Pienso que esta manera de ver la vacancia presidencial es la típica de montar un cuco para asustar a la masa. Por el contrario, no considero que sea un drama nacional, como siempre se ha presentado la institución de la vacancia presidencial, o su prima cercana, la revocatoria. De hecho, lo que devino en un virtual pedido formal de vacancia puede constituirse en un problema que puede convertirse en una gran oportunidad para fortalecer la democracia, y dar señales de que el Perú es un país suficientemente estable para la economía. Para ello, a partir de ahora, es necesario que los congresistas muestren serenidad, eviten adjetivos y dejen que los hechos hablen sin teatralidad, como la que promueve la izquierda pidiendo cambiar la Constitución. Avanzar con firmeza, sin pausa pero sin prisa. Si logramos mantener las cosas estables, respetando plazos y sucesiones constitucionales, ganaremos como democracia. 

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