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La región ha estallado. Primero fue Ecuador, donde los temidos indígenas obligaron al presidente Lenín Moreno a retroceder en sus medidas de ajuste fiscal para afrontar el pago del préstamo del Fondo Monetario Internacional. Luego ha seguido Chile, donde la barbarie domina la vida nacional -saqueos, asaltos, incendios-, los respetadísimos Carabineros ya dejaron de serlo y las creídas de poderosas Fuerzas Armadas pinochetistas han sido incapaces de detener la ira colectiva confundida con el salvajismo urbano en una sociedad arrogada de culta y a la que se han sumado los radicales de izquierda que mantendrán el estado de zozobra hasta ver consumada la caída de Sebastián Piñera. Bolivia es otro país en llamas, donde las protestas podrían abrir paso a un conflicto estructural y mayor. La obnubilación de Evo por perpetuarse en el poder lo ha llevado a consumar un fraude electoral que preparó descaradamente valiéndose de un tribunal fantoche que satisfizo sus caprichos al sostener vergonzosamente que le asistía un "derecho humano" para postularse a la reelección y que la OEA desde el comienzo debió cuestionar, pero cayendo en sus malévolas redes aceptó el juego de una auditoría que ha confirmado "vicio de nulidad" en el acto de sufragio, excitando más a la población altiplánica y a un sector de policías que la rechazan tanto como al propio Morales. Venezuela y Nicaragua son infiernos ya conocidos. Hay otras bombas de tiempo que podrían estallar: en Brasil, si la reciente libertad concedida al izquierdista expresidente Lula da Silva dura muy poco, su idílico Partido de los Trabajadores y la mitad del país -siniestramente adiestrados por el Foro de Sao Paulo- podrían salir a las calles con desenfreno buscando hacerle la vida imposible a un presidente de derecha como Jair Bolsonaro. En Colombia, el pueblo, traumado por más de 50 años de violencia estructural, hará cualquier cosa por evitar el retorno de la impunidad por señalamientos de ejecuciones extrajudiciales que dividieron al país. Mientras Argentina aún es una caja de Pandora con su presidente electo, en el Perú que el Tribunal Constitucional y los parlamentarios del Congreso disuelto miren el espejo de la región. Están advertidos.