Las palabras dislocadas e irrespetuosas del señor Nicolás Maduro, presidente de la República Bolivariana de Venezuela, proferidas contra el presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy, -que no vale la pena recordar- revelan la falta de modales que debe caracterizar a quien dirige los destinos de un Estado. Tengamos presente que el presidente de la República no es cualquier ciudadano. Su condición de jefe del Estado lo hace diferente a los demás. Que todos seamos iguales ante la ley no es excluyente de las prerrogativas que le son inherentes por su alta investidura al ser considerado el primer ciudadano de un país, un status ganado por la voluntad popular en las urnas o por cualquier otra vía prevista en la Constitución Política del Estado. El presidente es el primer mandatario del Estado. No significa que sea el primero en ejercer el derecho de mandato sino el primero en ser mandado dado que se debe al soberano que es el pueblo. El presidente tiene tantos derechos como deberes, de allí que su responsabilidad es mayor a la de cualquier otro ciudadano del país. Una cuestión singular y relevante es que mientras todos los ciudadanos de un Estado podemos circunstancialmente representar al Estado, el presidente es el único ciudadano que personifica a la Nación. Ello significa que el Estado se humaniza por el presidente, lo que es lo mismo que el Estado habla, actúa, come, baila, etc. De allí que todo lo que diga o haga el presidente compromete al Estado y cuando es insultado se lo hace al propio Estado. Maduro debe disculparse con Rajoy. Un político jamás puede perder las formas ni dejar que la falta de inteligencia emocional lo gobierne.