La candidata Verónika Mendoza se niega a rendir, por voluntad propia, una prueba grafológica que concluya si escribió, o no, en una de las agendas de la señora Nadine Heredia. Pasará por un peritaje así, dice, solo si la Fiscalía lo pide. Cree que con eso zanja el asunto, pero es un ardid similar al que usó la señora Heredia; con los resultados pavorosos que hoy enfrenta, en lo moral y en lo fiscal.

Vía un análisis grafotécnico, cuatro peritos advierten que la letra de Mendoza aparece en la agenda ‘solo para mujeres’. Ella pudo haber convocado no a uno, sino a tres peritos para que desmientan en el acto la denuncia de Willax. La acusación terminaba ahí y, quizá, la señora Mendoza se catapultaba al primer lugar de los sondeos.

Pedirle un peritaje a la candidata Mendoza no es una majadería. Ella quiere gobernar el país y le habría mentido a una comisión congresal, a su partido y a sus votantes. “Jamás hice anotación alguna en una agenda que no fuera la mía”, dijo la señora Mendoza, en octubre, ante la Comisión de Fiscalización.

Con los nuevos indicios, esta semana el Congreso ha recomendado a la Fiscalía someter a la señora Mendoza a un peritaje. Ya recibió, además, un cuestionario enviado por el Congreso que debe entregar este lunes. Más temprano que tarde, ella comparecerá ante la justicia. Mejor hubiese sido que vaya sin ningún apremio fiscal.

Si es su letra, la señora Mendoza habría incurrido en dos delitos: perjurio y obstrucción a la justicia. Lo que vendría es devastador: colaborar con la justicia y decir qué dineros entraron y salieron de esa dichosa cuenta. Así de claro.