Han pasado 25 años desde que el fallecido Ayatola Ruhollah Jomeini, por medio de una fatua, que es un edicto musulmán, llamó a acabar con la vida del escritor inglés de origen indio Salman Rushdie, por haber escrito los denominados versos satánicos que en la idea de Jomeini eran una falta sumamente grave solo aplacable con la muerte del escritor. Ha pasado este largo tiempo y la amenaza sigue latente. Recientemente ha trascendido que una recompensa de 600 mil dólares ha sido ofertada para el autor de los “Versos satánicos”, publicado en 1988, un año antes del lanzamiento del epitafio por el máximo líder de la Revolución Islámica Iraní. Es verdad que Rushdie sigue vivo, pero lo está porque ha sabido cuidarse de sus verdugos. Las porciones extremistas son por actuación incansable e indoblegable en sus objetivos. Gente que participó en la edición, publicación, traducción y difusión de la fatal obra, por diversas causas y situaciones extrañas, acabó muerta. De manera que la amenaza siempre ha estado latente y por cierto que no le ha permitido vivir en la paz que hubiera querido. En el camino habría habido algunas determinaciones desde el propio Estado teocrático de Irán para darle vencimiento a la amenaza, pero lo cierto es que nunca fue descartada. En el islam, el insulto a la figura de Mahoma -directamente aludido en la obra de manera inapropiada- es letal y configura el tamaño de un problema realmente complejo con pocas posibilidades de indulgencia. La ligereza del autor fue condenada y junto a ella la intolerancia para que reciba el perdón. No creo que sea perdonado y por eso deberá seguir viviendo como lo hace desde 1989, escondido y entendiblemente perturbado.