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Amy, documental dirigido por el británico de ascendencia india Asif Kapadia, ganador del Óscar en su categoría en 2016, y Whitney Houston: ¿Puedo ser yo?, (2017), dirigido por Nick Broomfield y Rudi Dolezal, son dos excelentes propuestas cinematográficas que nos muestran sin pudor, con crudeza y sin sensacionalismo, la vida de dos estrellas del pop que sucumbieron ante sus excesos, sus fantasmas, sus miedos y sobre todo a un cruel entorno familiar que solo las veía como las proveedoras del dinero que todos gozaban, sin importarle el dolor que ellas llevaban dentro. Winehouse y Houston, talentosas, brillantes, exitosas, clamaban por ayuda cada vez que pasaban por severas crisis, convenientemente ocultadas al exterior para que los seguidores no se enteraran de sus dramas. Pero esto nunca llegó, o quizá llegó tarde. El final de ambas ya es conocido: Whitney, una de las mejores voces de todos los tiempos, murió ahogada en una bañera por problemas cardiacos y el consumo de cocaína, según la autopsia. Amy falleció por tener unos niveles de alcohol “generalmente asociados con la muerte” y que consumió de manera voluntaria, según un informe sobre las reales causas de su deceso. Dos historias, dos tragedias. ¿Y por qué las recordamos? Las traemos de vuelta porque hace algunos días, al ver por televisión nacional a Angie Jibaja admitiendo su recaída, confesando excesos, pidiendo ayuda en medio del llanto, inmediatamente recordamos haber visto esa historia repetida en estas divas, a quienes de nada les sirvió el dinero. En el drama de la adicción, pobres y ricos, nobles y plebeyos, todos se hermanan en la desgracia. Jibaja hace mucho tiempo que pide ayuda y todos nos hacemos los locos. Hemos celebrado sus disparates, sus romances, sus escándalos, también algunos de sus logros, que deberían haber sido más sostenidos, pero nunca hemos ido al fondo al identificar a una mujer que sufre, que ya no debería estar más expuesta porque está llegando el límite. Por más buenas intenciones que tengan quienes desean mostrarla en pantalla, la verdadera ayuda para ella, ante una situación económica, emocional y de salud en crisis, es ponerla en manos de los especialistas. Angie sonríe para disimular la pena, maquilla su tragedia, pero en el fondo ya no puede más. Por ella, por sus hijos, le deberían dar la mano, calmarla, sanarla, que sienta que hay quien se preocupa por ella. Antes que sea demasiado tarde.

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