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Para poder proteger nuestro país, debemos realizar dos tareas: conocerlo y vigilarlo. Actualmente sabemos que se avecina un verano frío. No importa el nombre que le pongan -eso debemos dejarlo a los investigadores-; porque cada año lo bautizan de diferente manera, causando así más dudas que soluciones en los diferentes sectores productivos y sociales del país.

Lo cierto es que la estación de lluvias está llegando y ya estamos sufriendo los primeros estragos en poblaciones de nuestra Amazonía. Pero esto no queda allí y -como digo siempre- con tecnología meteorológica podríamos convertir muchos desastres en oportunidades si los conociéramos mejor.

Por el momento, este posible verano frío lo podríamos mitigar si hacemos escenarios comparativos con eventos parecidos, como los de 2010 o 2008. ¿Se imaginan que todos los sectores socioeconómicos tengan información acerca de cómo les fue y dónde fueron afectados? Esta información reunida vale muchísimo para la toma de decisiones. Si a eso le sobreponemos la climatología de esos años, tendríamos una herramienta muy útil, por más que algunos salgan a decir que “no todos los eventos Niño o Niña son iguales”.

Lo real es que de todas maneras encontraremos regiones, cuencas y localidades vulnerables repetidas en eventos fríos pasados. Aseguremos esas zonas desde ya; además, con vigilancia meteorológica en tiempo real como radares y detectores de tormentas -entre otras armas-, detectemos con seguridad y exactitud las otras zonas que debemos atender en las emergencias.

Así reduciríamos los sectores que se deben cubrir y enfocaríamos nuestra atención a zonas más específicas. En muchos casos, salvaremos vidas y -por qué no- transformaríamos la gran cantidad de agua que cae así como los vientos en otra fuente de desarrollo de nuestro precioso y rico país.